No tengo un nombre, y por ello, ni un apellido. Me dirigo a ustedes en pleno anonimato. ¿Saben algo? acerquense y les cuento.
Estoy en serios aprietos. He matado a alguien. Así es, tal y como dije, he matado a alguien. Un sujeto fastidioso, la verdad. Era todo un monstruo, en especial en las noches. Para mí, no tenía un rostro ni un nombre, solo un apodo. ''Él''.
Sus manos eran duras y rasgosas. Y su corazón era bastante débil, blanco fácil para matar. No obstante, le tenía miedo. No me atrevía a verle el rostro y menos hablarle, solo tragar duro y cerrar los ojos hasta que amaneciera. Nadie lo sabía, no tenía amigos y lo único que tenía eran un padre.
Mi padre era un carpintero, siempre encontraba astillas enterradas bajo la carne de sus manos. Siempre estaba fuera de casa, solo llegaba a dormir unas cuantas horas para ir de vuelta al bosque que rodeaba nuestra cabaña. Siempre tuve miedo del bosque desde que tengo sentido común. Creo que parte de mis miedos iniciaron ahí. Por eso nunca me permitía atravesar el bosque, aunque eso implicara separarme del mundo exterior.
Por ende, siempre estaba sola en casa. Sentada en el jardín, dibujando la fantasiosa imagen de un
monstruo. Lo tenía todo; garras, ojos saltones, dientes amarillentos y pelo en cada centimetro de su cuerpo. Lo dibujada día con día, con diferentes expresiones y situaciones. Esperando poder desahogar de alguna forma mis miedos mentales.
Parte de vivir separada de todo lo humano, era vivir con las reglas de un padre ausente de día, y dormido de noche. Reglas elementales de siglos pasados, que muchos pensarían, son obsoletas en estos tiempos.
Pero me sentía bien, mientras pudiera dibujar y expresarme, todo estaba bien. Pero no tardó para que mi padre encontrára los restos de mi imaginación. Sus ojos crecieron grandes y temerosos. Sus manos acariciaron su incipiente barba gris, se remangó su camisa blanco sucio y tomó asiento en el suelo.
Adivinen que pasó. Me mandó a dormir. Me negué con todas mis fuerzas con todos los ''No'' que el mundo pudiera pronunciar. Me encerró en mi habitación. No tenía voz ni voto bajo ese techo. Sola y algo cansada me recosté sobre mi esponjosa cama.
Cerré los ojos, y escuché el sonido de la naturaleza. Por más simple y sin importancia que suene, yo ya estaba muerta del miedo. Miraba desde mi ventana, el bosque que me vigilaba. Me oculté bajo mi frasada, creyendo que esta me protegería. Los minutos pasaban lentamente, y mi corazón comenzaba a palpitar fuertemente.
Escuché un último rechinido proveniente de la puerta. Un diminuto rayo de luz artificial cruzó mi habitación, e inmediatamente murió. Él se acercaba cautelosamente, sus pasos firmes y suaves ocasionaban el temblar del suelo de madera. Traté de no gritar, y así talvez Él se iría, y me dejaría sola en mi locura.
Pero no sería así. Lo sentía cerca de mí, su respiración estaba en mis oídos, y sus murmuros ponían mi piel como gallina. Comenzé a sentir las cadenas del infierno arrastrandome a Él. La oscuridad cerraba mi garganta, evitando poder gritar. El temor se apoderaba de mi mente, quitandome el sentido común. Sentía como me tomaba con sus manos, y con sus filosas uñas me dejaba marcas ardientes en mi piel.
Sentia como la sangre corria por mis venas, y manchaba las sábanas de mi cama. Era como un mosquito que se alimentaba de mi vulnerabilidad hasta el punto de convertirme en absolutamente nada.
Olvidé mi nombre desde entonces. Lo tenía sobre mí, y yo no podía hacer nada. Entonces se detuvó a contemplar los daños ya hechos. Su risa atormentó mis oídos, e inmediatamente los destrozaron con su potente eco. No podía escuchar absolutamente nada.
Mis dedos comenzaron a sentir su presencia. Con el tacto encontre el latir de su corazon, y por un mágico impulso, logre liberarme de sus cadenas. Encontré la herramienta adecuada, y le arranqué el corazón y lo queme en las llamas que me rodeaban. Reí sadicamente, pues me sentía libre por primera vez en mucho tiempo. Lo había logrado, lo había matado.
Me refugié en un rincón. No sabía si dormir, reir, llorar, o dibujar. El remordimiento me invadió. ¿Qué tal si Él tenía amigos que buscarían venganza? Talvez ahora yo tenía una maldición. Talvez mi padre despertaría y me enfrentaría al ver lo que había hecho. No sabía. Tenía a su cuerpo frente a mí, y entonces decidí esconderlo bajo mi cama.
Pero de un segundo a otro, el bosque comenzaba a emitir sonidos extraños. Escuchaba el aullido de algu ser diferente a mí. Tenía que irme de ese lugar, y escapar de las llamas del infierno. Con mis manos y pies, escalé por la pared de escombros y cráneos, hasta ver a unas personas en uniformes, que llegarían junto con la luz del día.
Habian bajado al infierno a resctarame. Pero me ataron las manos con unos brazaletes de metal y después me hicieron preguntas que no tendrían respuestas. Los hombres tenían alas blancas; suaves como la brisa del mar. Y ascendieron al cielo, conmigo en sus brazos. La sangre aun caía a gotas a los pies de sus alas, pero esto no pareciera importarles. Del silencio, escuche unas sirenas tras sus pasos, y me deje llevar.
Los hombres me llevaron a su hogar de paredes blancas y esponjosas. Me visiteron de blanco, y me vendaron los ojos que habia perdido en las tinieblas. Y creí sentirme mejor en ese momento, pues quería ver a mi padre y abrazarlo. Pero los angeles solo guardaron silencio, y me inyectaron veneno en mis venas.
Mi energia se frenó hasta llegar al punto de sentirme muerta y sin importancia como un cangrejo. No reconocía nada, ni pensaba en nada. Mi mirada estaba fija en las nubes que me rodeaban. Había muerto por dias, semanas, y talvez por meses.
Reviví con el toque de una aguja en mis venas. Ya no estaba en las esponjosas nubes del paraiso, sino en un simple cuarto blanco con un grupo de enfermeros bastante sorprendidos.
¿Donde estaba?
No había matado a un monstruo, habia matado a mi padre. Un grito se escapo de mi boca, y entonces sentí una vez mas esa sensación de ardor en mis venas. Reviviendo lo que habia ocurrido anteriormente. Yo no creía que fuera mi padre el monstruo, el era mi padre y el nunca me haria daño. No, no, no. Ellos eran los locos, ¡yo no! Comenzé a temblar frenéticamente frente a ellos, a lo que tuvieron que matarme una vez más.
Y aquí me tienen, contándoles sobre lo que ellos llamaron Esquizofrenia. También conocido como el caso de la chica sin nombre. Pero a eso, prefiero llamarlo...
*el escritor deja de escribir, y ve que la chica comienza a temblar, y aterrorizado, ve como el cuerpo medico del manicomnio trata de ayudarle*
Este escribe su último verso a base de lo que vió, sintió e imaginó, terminando meses después con una obra de arte, que le manipularía para despedirse del mundo.
Fin.
(segun mi punto de vista xD)
-Tap tap- Uno, dos... uno, dos...
4 years ago
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